Maria Granberg
Vivir una vida inspirada
En el 2016, después de 6 años de un compromiso y una preparación inquebrantables, llegué al punto más alto de la Tierra. Mientras estaba en la cima del Monte Everest, a 8,848 metros sobre el nivel del mar, sentía que podía ver el mundo entero frente a mí. Sabía que ese momento definiría mi vida de muchas maneras y la vida como la conocía nunca sería la misma. Esa mañana clara y ventosa del 24 de mayo, no había nadie excepto yo, Pemba y nuestro amigo Neema Sherpa, quien estaba por subir a la cima por primera vez, que estábamos parados sobre esa sagrada nieve. No había ningún alma a la vista. Caí de rodillas, llorando de alegría, gratitud y alivio mientras, al mismo tiempo, trataba de mantenerme entera y de guardar la energía que me quedaba. Vivir con la constante incertidumbre de no saber a qué me haría enfrentar la montaña y, si lo lograría o no, fue una gran interrogante que había llevado a cuestas durante muchos años. Ahora, puedo superarla. El Everest le ha dado un significado diferente a mi vida y eso avivó un fuego que era innegable. Me dio un propósito, pasión, inspiración y resistencia para disolver esa interrogante. Así como estaba segura de que valía la pena, también esperaba que mis valientes elecciones no me demostraran lo contrario. Después de miles y miles de pasos estaba allí, exactamente donde quería estar. Tenía la mente clara y, mientras estaba parada mirando sobre una cantidad infinita de picos nevados, sintiendo cómo los vientos se intensificaban en segundos, sabía que había cosas mucho más grandes que yo. Cosas que aún tenía que descubrir, entender y aprender. Los últimos pasos hasta la cima fueron solo un montón. Este final era solo el comienzo.
Durante los años he tenido un mantra que repetidamente se hacía eco en mi mente cuando las cosas se volvían difíciles, convenciéndome del gratificante hecho de que “si no representa un reto, no te cambia”. En otros momentos, cuando tenía dudas y cuestionaba el sueño que elegía, escuchaba las palabras empoderadas que decía la política liberiana Ellen Johnson Sirleaf: “Si tus sueños no te asustan, no son lo suficientemente grandes”. Eso me dio coraje para levantar la lucha contra mi propia desconfianza y recorrer mis siguientes pasos. Esas palabras no solo me hicieron seguir adelante, sino también me enseñaron a valorar la adversidad, a mantener la curiosidad incluso durante los momentos difíciles y a recordarme a mí misma que el reto es progreso y sin progreso nada tiene significado. Todo era parte de la experiencia y mientras la experiencia perduraba, la esencia de mis pasos era menos lo que debía hacer, y más en qué tenía que convertirme. Quería fijar un sueño tan grande que no pudiera lograr hasta convertirme en la persona que podía hacerlo. Un entrenador de gimnasia con quien me encontré hace muchos años, de nombre Carl Paoli, señaló que “La manera en que defines tus metas determinará cómo sientes tu proceso”. Pocas palabras tuvieron más sentido para mí. Fue con la intención de crear la mejor versión de mí misma que tuve que seguir explorando y avanzando hacia la meta que sabía que implicaría un proceso significativo. El proceso de descubrir, convertirme y aportar.
Mientras bajaba del Everest y emprendía mi regreso al nivel del mar, recibía con los brazos abiertos la sensación de la realización ganada con esfuerzo y lentamente formaba recuerdos grabados de la irrepetible aventura. Mientras cruzaba la frontera del Tíbet hasta Nepal, tenía un sentimiento de resistencia que lentamente se deslizaba por mi mente. Ese sentimiento inconscientemente se transformó en temor y antes de que pudiera entender la realidad estaba solicitando una visa para entrar a Paquistán. Caí en la cuenta del temor de ir a casa y “cerrar el capítulo” sobre el Everest y ese temor despertó la temeraria y confusa decisión de escalar el Broad Peak, una enorme montaña de 8,051 metros de alto. Mi cuerpo estaba más agotado de lo que estaba dispuesta a admitir, y también mi mente, después de vivir por encima de 5,300 metros durante casi 8 semanas. De repente me encontré perdida y anhelando algo para llenar el hueco de un sueño significativo de paso, antes de tener la oportunidad de sentir que había un hueco en absoluto. El alivio que había sentido por finalmente poder olvidarme de la incertidumbre antes de la expedición inesperadamente me había hecho aferrarme a la preciada vida. La burocracia de Paquistán rápidamente terminó todo resto de esperanza que tenía de continuar mi aventura, y no me quedó otra opción que enfrentar el hecho de que había llegado la hora de irme de los Himalayas y regresar a casa en Suecia. Estaba loca de miedo. Sentía que tenía muchas preguntas a las que aún tenía que encontrarles una respuesta. Apenas podía comprender lo que había vivido yo misma, e igualmente apenas podía explicárselo a otra persona. Pero ¿era eso algo de qué temer? Mientras me estremecía entre la felicidad, la gratitud y el temor incapaz de dar mi siguiente paso, una reunión casual con un extraño lo cambió todo y pude ver el panorama completo. El panorama de lo que creí que iba a ser esta experiencia y en lo que se convirtió realmente.